Cuando nacemos, todos empezamos siendo miopes, ya que un recién nacido no necesita ver más allá del pecho de su madre para alimentarse. Según vamos creciendo, vamos adaptando nuestros ojos al entorno hasta el punto de llegar a ser hipermétropes. Al llegar a los 2 años, el ojo está completamente adaptado en la mayoría de los casos y, salvo enfermedad hereditaria o algún factor de carácter genético, nuestra visión será “perfecta” es decir, de 0 dioptrías.
A partir de los dos años, por diversas causas naturales o precisamente por estos factores genéticos el niño puede empezar a desarrollar miopía, hipermetromía o astigmatismo en la visión.
Si empieza a hacerlo, es probable que tenga que forzar alguno de los ojos (o ambos) para conseguir enfocar y ver correctamente. Por eso, con el fin de detectar posibles deficiencias en la vista y evitar que puedan desarrollar patologías más graves por este sobresfuerzo como la ambliopía (ojo vago), es recomendable hacer una revisión oftalmológica entre los 2 y 3 años.
Tanto la hipermetropía como el astigmatismo, por muy fuertes que se puedan presentar en el niño, no se van a desarrollar mucho y se estabilizarán a los 5-6 años. Por lo que a partir de los 14-16 se podría plantear una operación de cirugía refractiva para dejar de usar gafas.
En el caso de la miopía en niños, es recomendable esperar hasta los 18-20 años, ya que hay que diferenciar entre la miopía de origen genético y la miopía progresiva. La primera se desarrolla desde los 2 hasta los 20. Y la segunda, durante la adolescencia.
Normalmente, este segundo caso se producen por causas externas. Como por ejemplo, el excesivo o mal uso a la hora de estar con ordenadores, táblets o dispositivos móviles, malos hábitos visuales, forzar la vista continuamente, algún tipo de enfermedad, etc…
Equipo del IOTT